Nuestro Patrimonio
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Pastores de alta montaña

Cabrales es un territorio que, aunque áspero y difícil, es hogar desde tiempos remotos. El ser humano habita estas montañas desde el Paleolítico, dejando una huella imborrable en las pinturas de la Cueva de la Covaciella, Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. 

La temprana presencia humana permite adivinar una actividad ganadera en estas tierras que, desde siempre, (abundan las cuevas con vestigios neolíticos, de la edad del cobre…) llega hasta la actualidad estructurando la vida, la cultura y el paisaje de estas tierras 

Esta identidad ganadera, el "alma" de Cabrales, se forjó en las alturas, en las majadas, esos asentamientos de verano colgados en el abismo. Allí se practica un pastoreo heroico, una epopeya diaria de vértigo y soledad donde vacas, ovejas y cabras desafían la gravedad para arrancar brotes verdes entre las grietas, bajo la amenaza constante de la niebla traicionera (la encainada) y las tormentas.

De esta lucha contra la orografía nació la alquimia de la supervivencia. Ante la imposibilidad de bajar la leche fresca a diario por senderos imposibles, los pastores transformaron un líquido perecedero en un alimento eterno. La genialidad residió en usar la propia montaña a su favor: entendieron que las cuevas y simas eran cámaras frigoríficas naturales. La humedad constante y el aire frío (el soplao) crearon el ambiente perfecto para el Penicillium. Comer Queso de Cabrales no es solo degustar un lácteo; es comerse el paisaje y el esfuerzo de siglos por domar la montaña.

Como refugio indispensable ante esta hostilidad de las cumbres, surgieron los pueblos en las zonas bajas y protegidas. Son núcleos que no se imponen al paisaje, sino que se incrustan en él para pasar el invierno. Aquí prima lo necesario sobre lo ostentoso: apenas existen casas señoriales, sino infraestructuras vitales como el medieval Puente de la Jaya y humildes iglesias.

La arquitectura, robusta, aprovecha la omnipresente caliza. En sus calles estrechas (caleyas) las casas tradicionales orientan al sol sus corredores de madera. Estos espacios, antiguos, siguen vivos, con olor a leña y sonido de cencerros, y siguen cumpliendo con su diseño primordial: resistir y aprovechar a una forma de vida dedicada a la montaña.