Cabrales es mucho más que el nombre de un queso legendario; es un anfiteatro geológico de contrastes brutales que resume la esencia más salvaje de Asturias. Para el visitante, entender Cabrales es leer su paisaje en tres niveles claramente diferenciados que conviven en un equilibrio imposible.

Al sur, el horizonte lo cierra el Macizo Central de los Picos de Europa (Urrieles). Es el telón de fondo dramático, un muro de caliza gris, canales de acceso casi vertical y cumbres míticas como el Urriellu. Es el reino de la piedra desnuda, de las dolinas gigantes y las simas profundas que, ocultas en las entrañas de la montaña, aportan la humedad y la temperatura constantes necesarias para las cuevas de maduración del queso.

Al norte, cerrando el valle frente al mar, se alza la Sierra del Cuera. Menos abrupta pero igualmente imponente, actúa como una muralla verde y un mirador privilegiado. El Cuera protege al concejo de los vientos marinos directos, pero permite que, desde sus crestas, se contemple el insólito espectáculo de ver la nieve de los Picos y la espuma del Cantábrico en un solo golpe de vista.

Entre ambos colosos de roca, vertebra el territorio el Valle del Río Casaño. Es la arteria de vida, el contrapunto amable y verde donde se asienta la actividad humana. El río, alimentado por las nieves y filtraciones de las alturas, ha excavado un corredor fértil de pastos, bosques de ribera y majadas.

Cabrales es, en definitiva, la simbiosis de estos tres mundos: la hostilidad vertical de los Picos, la protección panorámica del Cuera y la fertilidad del valle del Casaño. Un lugar donde la cultura pastoril supo aprovechar la orografía extrema para crear un modo de vida único.